martes, 28 de abril de 2009

Eres Niños, mis polainas...

Creo que descubrí por qué no tengo la capacidad de narrar anécdotas. Es porque son experiencias tan absurdas que simplemente las bloqueo... o porque tienen implicaciones tan terribles que siempre es mejor ignorarlas. Sin embargo, es inevitable que una que otra se escurra y aterrice en el sucio y piojoso catre del recuerdo consciente. Así fue como hoy, a estas álgidas horas de la madrugada, me encontré recreando el siguiente escenario:

Estaba caminando hace como un mes por el patio de Televisa cuando vi de lejos a una conocida. Se trata de una mujer con un IQ similar a la temperatura ambiente (en un día fresco). He tenido la oportunidad de tomar clases con ella en un par de semestres y de esa magnífica e inolvidable experiencia pude recopilar frases como: “En África hay muchos changos de nieve y hace muchisisisísimo frío”, “En septiembre voy a ir a un concierto de Los Beatles y van a aparecer todos y van a tocar ellos”, “Yo creo que la Primera Guerra Mundial hubiera estado mejor sin Hitler” (el tema era la guerra de Vietnam, por cierto), “El algodón es muy bonito” (comentario completamente gratuito en respuesta a ninguna pregunta en lo más absoluto) y “Me voy a ir de vacaciones a Portugal porque tengo muchas ganas de conocer América Latina”. Cabe destacar que todas las anteriores son citas literales y en su contexto (que es ninguno, básicamente).
A veces creo que si en algún momento me atreviera a darle un ligero zape en la nuca, su cabeza permanecería de 10 a 20 segundos en movimientos oscilatorios como los animalitos que asienten en los tableros de taxistas.
El punto es el siguiente. Estudiamos la misma carrera. Yo estoy trabajando en Eres Niños y no me pagan. Ella está trabajando en Esquire.
¿Soy yo, o aquí el chiste está en mi?
¿Qué pitos hace en Esquire, una sección Dadaísta?
¿Y yo qué chingados voy a ser cuando termine la carrera? ¿¿¿Cepillín???
¿Y por qué la que no puede distinguir la mano izquierda de la derecha soy yo?

Sin comentarios. Se acabó, me rindo ante la pandemia porcina. Un mundo así merece llegar a su fin sin que los zombies se tienten el corazón... Eres Niños, mis polainas...

jueves, 19 de marzo de 2009

Bestiario

Existen distintos tipos de personas (¿qué tal, eh? Mi agudo sentido de la observación me deja anonadada vez tras vez). Existe particularmente un tipo de persona que nunca dejará de sorprenderme. Si me dedicara a la meticulosa tarea de desarrollar un bestiario de todas las criaturas del señor que pueblan mi limitado círculo, esta raza específica ocuparía un lugar importante (disculpen la falta de ilustración, pero mi ocio no llega a tanto):

Blablayaga- Se trata de una bestia tanto verborréica como verbívora, esto es, se alimenta de palabras ajenas (incluso de simples comentarios al aire) para entretejer redes de complicadas anécdotas hasta de los acontecimientos más sencillos y sin importancia. Tiene el fogoso poder de construir complejísimas épicas y narraciones de prácticamente cualquier cosa sin necesidad de jerarquización alguna (mal de amores, filosofía, recuerdos, casualidades, insultos al volante, comida). Fuente de vida y entretenimiento, estos pintorescos seres transitan los parajes urbanos y gustan de permanecer por largo tiempo en restaurantes y cafés, aunque cualquier lugar sirve de ameno escenario para que fluya la palabra.

¿De dónde salen estas personas? Pero, más importante aún, ¿cómo lo logran? ¿Acaso tienen un gusto secreto por la vida que necesitan comunicar? ¿O quizá se trata más bien de un aburrimiento patológico que los orilla a hollywoodizar cada ápice de su existencia? De cualquier forma y frente a un sin fin de evidencias, no me queda más que aceptar que no pertenezco a esta orgullosa raza (más que en ciertos casos, cuando Marte y Júpiter se alinean en año bisiesto y la química cerebral adecuada fluye como el tránsito en Revolución a las tres de la mañana). Si esto es algo positivo o negativo, no lo sé aún. Lo que queda claro es que se debe evitar a toda costa el encuentro prolongado de dos bestias como yo, que, en un extraño ritual de socialización, se dedicarán a pasar la antorcha de la palabra una y otra vez entre heladas ráfagas de silencios incómodos. Lamentablemente ayer no tuve la visión necesaria para notarlo, así que en vez de correr como alma que lleva el diablo, sucedió lo siguiente:

- Hola.
- Hola.
- ¿Cómo estás?
- Bien, ¿tú qué tal?
- Bien, también.
(Silencio largo).
- Y...¿qué cuentas?
- Pues no mucho. ¿Tú?
- Igual, no mucho.
(Silencio largo).
- Hace calor, ¿no?
- Sí... frío seguro no hace.
(Silencio largo).
- ¿Te cortaste el pelo?
- No.
- Ah.
(Silencio prolongado).
- ¿Tienes clase ahorita en este salón?
- Sí. De hecho, siempre me siento junto a ti.
- Ah, claro. Ya me acordé, cómo no.
- Sí.
- Claro.
(Silencio prolongado).

Muchas y muy valiosas son las lecciones que rescaté de esta experiencia. La primera, alejarme permanentemente de cierta persona de estatura baja y cabello corto que tienen una tendencia a hablar del clima. La segunda, siempre tener algún plagio de anécdota blablayaguesca para ensalzar la cotidianidad. La tercera... no, creo que sólo fueron dos. Pero a partir de ahora, siempre que tenga un encuentro casual de primer tipo tendré bajo la manga la historia de cuando choqué con un yeti, de cuando casi me asaltan en Cabeza de Juárez o de cuando fui a esquiar, se me cayó el dedo pulgar y lo tuvieron que buscar una hora en la nieve.

Blablayagas favor de aportar material en la sección de comentarios.

lunes, 16 de marzo de 2009

Conversación

¿Por qué dije eso? Me lo preguntaba cada pocos segundos. ¿Por qué habría de decir eso? Sin importar las severas auto-reprimendas, las palabras continuaron saliendo de mi boca. Era como respirar. Decir aquello era un reflejo involuntario, como respirar, como un latido. Por un momento me vi a mí misma desde fuera, en otro ángulo. Me vi parada en el marco de la puerta, vi cómo mi boca se movía, cómo gesticulaba, cómo me reía. Era una conversación.
Para un observador casual habría parecido cualquier conversación, una más de las que la gente tiene en los pasillos, en las casas y automóviles, en las calles y restaurantes, una conversación innocua en la que uno habla porque olvida momentáneamente cómo callar.
Sin embargo la realidad era otra. Por lo menos para mí lo era y seguiría empeorando a medida que mis labios y mi aliento no dejaran de unificarse en una batalla campal contra la prudencia.
No lo sabía entonces, pero en unos pocos minutos todo cambió. Mis escenarios mentales nunca fueron los mismos desde que me di cuenta de que ella y yo estábamos hablando el mismo idioma, traduciendo la espontaneidad a simple patrón.
Mi pequeño teatro guiñol mental se iba desarticulando conforme la incitaba a confesar la similitud de nuestra situación, hasta que lo evidente se hizo incomunicable y me despedí sin tener ya nada que decir.
Hablamos de él como por media hora. Todo pasó porque estaba solo. Nunca supo que lo acompañé por semanas enteras. Nunca supo cuando dejé de hacerlo.

lunes, 23 de febrero de 2009

OTRA VUELTA DE TUERCA...

Vagando por mis archivos computadoriles, me encontré por ahí esta columna de opinión que escribí hace un algún tiempo para el 8OCHENTA (semanario de la UIA). El propósito era que saliera cada número. Sólo la escribí una vez. Marcador final: Constancia: 0, Apatía: 1. De cualquier forma, la ofrezco en sacrificio como primogénito y único hijo columnil para el hambriento dios del Blog.

OTRA VUELTA DE TUERCA

Me parece que sería una suposición acertada el decir que todos queremos tener el mejor trabajo posible, pero entre expectativas, consejos, métodos y mensajes cruzados, a veces no queda completamente claro cuál es el camino para lograrlo. La Ibero, en efecto, nos da muchas oportunidades para desarrollar actividades extracurriculares, lo que en ocasiones facilita nuestra inserción en el selvático ámbito laboral, pero dudas nunca faltan. He escuchado de la boca de más de uno de mis maestros (incluyendo a Gabriela Warketing, directora del Departamento de Comunicación, en alguna conversación en mi primer semestre en la universidad), que las personas que tienen un promedio “demasiado alto” no consiguen trabajo tan fácil por su perfil (supuestamente son personas que no saben trabajar en equipo, etc). Ah, caray. Entonces podemos ir tachando la antigua concepción de que el éxito viene de la mano con la dedicación académica abnegada (osea, con la ñoñez), aunque esto no quiere decir tampoco que se promueva la mediocridad. Como dijo Jack el destripador, vámonos por partes.
La empresa DBM, un despacho de outplacement, concluyó con un estudio estadístico que el 80% de los trabajos se consiguen a través de contactos personales (un rotundo ouch para personas como yo, a las que no se les da eso de las relaciones públicas). Está bien. Ingrediente número uno: contactos.
Por otra parte, también es común escuchar consejos paternales de algunos maestros, como “no te preocupes, todo va a salir a salir bien, el talento se acomoda solo” (¡pues eso es precisamente lo que me preocupa!) Ingrediente número dos: talento. Lamentablemente no todos podemos ser Almodóvar, Quentin Tarantino, Borges o... Dan Brown (dependiendo de cuáles sean tus parámetros). Si bien no todos tienen talento, lo cierto es que en la cabeza de todos existe la suposición de que lo tienen: un talento único, jamás visto antes por el mundo, y que está dispuesto a brindarle su sabiduría a la pedestre cultura de masas. En pocas palabras, el talento no existe en todos lados, pero la idea sí.
Finalmente, el tercer ingrediente sería la generación de oportunidades (tomar al toro por los... cuernos, como quien dice). En relación a esto, las estadísticas laborales no resultan muy favorecedoras. Es de esos datos que uno domina que están ahí, pero prefiere no saberlos con exactitud (como el año en que se acabará el agua en la ciudad de México, o si será la generación de nuestros nietos o bisnietos los que se calcinarán por el calentamiento global o se tropezarán con el cadáver de un oso polar en el Periférico).
Tal vez todo esto se trate de algo ilusorio, como Campanita de Peter Pan. Si uno cree con la suficiente enjundia, entonces la ilusión de tener un excelente trabajo sobrevivirá (un trabajo disfrutable, exitoso, bien pagado). De cualquier forma, parece que la verdadera solución está en esos tres aspectos: talento, aprovechamiento de oportunidades y contactos, contactos, contactos (y recordar, por supuesto, que todo mundo estará intentando hacer lo mismo).

sábado, 21 de febrero de 2009

La Ley de Murphy o De Cómo el Karma de Aquel Miércoles quedó saldado

No tengo nada que escribir, pero me gusta cómo se escuchan las teclas de la computadora. Es un sonido similar al agua, como un chapoteo ligero, a veces ágil, a veces intermitente. Sobre todo me agrada el sonido de la barra espaciadora.
El otro día tuve la oportunidad de hacer experimentos auditivos con el teclado. Llegué a trabajar a las 9:00 am y por las siguientes 3 horas y media no tuve nada que hacer. Para evitar que el resultado directo fuera “Mmm... ¿Qué pasó? ¿Ya terminaste? Esteee, ahhh, ya sé, por qué no te pones a archivar los 7 libreros en.... emmm... orden alfabético o, no, mejor por número de revista”, lo que hice fue dedicarme a reescribir pequeños artículos que ya estaban hechos, alimentando así mi complejo de paciente Penélope. El método era sencillo. Mientras ponía cara de diligencia y estrés, copiaba el primer párrafo del documento y luego lo borraba. Luego lo copiaba al revés y lo borraba de nuevo. Después copiaba una palabra sí y una palabra no. También llegué redactar nuevos enfoques para las secciones ya existentes. Por ejemplo, “Tus broncas” de ahora en adelante sería el espacio en el que los chavos nos cuentan sus problemas y nosotros, en vez de simplemente publicarlos, les damos una pequeña respuesta para convencerlos de que su situación no sólo es irrelevante y estúpida, sino que también es irresoluble por vías pacíficas y debe ser resuelta a toda costa con el uso de armas de fuego.
Lo mejor de todo es que tuve la oportunidad de realizar lo anterior en el trono en-ruedado, también conocido como “la silla para las niñas de prácticas”, cuya peculiaridad es que el mueble oficinesco baja vertiginosamente hasta el tope cuando uno se sienta, dejando el teclado más o menos a la altura del cuello. Las ventajas son varias, como el fortalecimiento de los bíceps y tríceps al intentar alcanzar el teclado o el rush de adrenalina durante la pequeña caída libre que siempre logra incrementar el carácter lúdico de la revista y convierte a la oficina en un pequeño parque de diversiones.
Así, mis actividades consistieron en experimentos auditivos de tecleo, viajes en la micro montaña rusa burocrática, el consumo de 9 cigarros y la adquisición de 3 espressos dobles cortados. Una vez que consideré que mi cuota de horas-nalga estaba cubierta, me di a la fuga.
Jamás hubiera sospechado que en ese momento el karma haría de las suyas. Aparentemente hacerme pendeja por 4 horas equivalía al final a un saldo kármico negativo, mismo que fue cobrado de la siguiente manera: al llegar a las escaleras eléctricas que por lo general bajan, me encontré con que subían. Procedí a rodear el edificio en busca de las escaleras que por lo general suben con la esperanza de que... pues de que ahora bajaran. Cuando llegué al otro lado, me di cuenta de que estaba, básicamente, en territorios de Escher. La única escalera que bajaba (osease, de peldaños “manuales”, también conocida como escalera vintage) daba a la escalera eléctrica que subía. Tras tomarme unos cuantos minutos para el décimo cigarrillo y para acoplarme a la idea de que quizá tendría que pasar el resto de mis días en un edificio de Televisa, noté en la lejanía que el maldito y sedentario artefacto del demonio cambiaba de nuevo de dirección. Una vez que logré llegar al estacionamiento, noté que un horrible símbolo fálico (una Hummer) estaba tapando mi salida, que mi gafete se había roto (¡mi preciado, preciado gafete!) y que se me había olvidado la chamarra en el trono de las niñas de prácticas. Logré superar lo del gafete, decidí dejar la operación Rescate de Chamarra para el día siguiente y sólo tuve que esperar 15 minutos para que se moviera el tanquecito. Así, considerando la deuda kármica cobrada, me dirigí a mi hogar en vez de a la Ibero y pasé el resto del día en los cómodos brazos de Morfeo.


Por cierto, ODIO la expresión "niñas de práctica"... las únicas niñas de práctica que conozco son inflables e invariablemente están pronunciando una vocal.

jueves, 19 de febrero de 2009

Va de nuevo...

Estoy abrumada, estoy enterrada en archivos mentales, mi noción del tiempo es terrible, no sé qué día de la semana es y no me interesa (el coste psíquico de descifrarlo es demasiado porque todos se parecen tanto).

Hay pocas cosas que puedo decir con certeza y claridad. Éstas son 2:
- En una ocasión comenté que desde hace algún tiempo (entiéndase por “algún tiempo” como un año más o menos) mi capacidad de introspección se redujo como 70%. Efectos directos: ya no puedo recordar mis sueños, ya no me gusta cómo escribo, ya no sé por qué hago la mayoría de las cosas, ahora me puedo relacionar un poco mejor con las personas.
- A la vez y de manera sospechosa, mi estado anímico mejoró considerablemente (excluyendo los deslices periódicos, como éste, que incitan a reflexiones abrasivas en un intento por empezar de cero).

¿Habrá una relación directa entre ambas? ¿Menos introspección implica más comodidad emocional? ¿Más comodidad emocional implica mayor satisfacción? Cuando alguien me pregunta cómo estoy, respondo “bien, tú qué tal”. Cuando me preguntan que qué he hecho, invariablemente digo “no mucho” o “nada digno de ser comentado”. Muy de vez en cuando y con personas que puedo contar con los dedos de una mano (el índice, para ser exacta), me entrego con avidez a ranteos repetitivos de frasecillas ingeniosas. Me acostumbré a no decir tanto lo que estoy pensando. Luego me acostumbré a no pensar tanto. Luego me acostumbré a no decir tanto. Así es como me quedé con lo peor de dos mundos, en un estado que desemboca en un incómodo silencio interno que prevalece hasta en los momentos de mayor intimidad.

Mi primera incursión en el ámbito bloguil – wajoelmar.blog.com- (la primera a la que tengo acceso, porque, si no mal recuerdo, deambula por los infinitos parajes de la red un blog al que por mala memoria ya no puedo entrar) fue la siguiente:

“ME NIEGO”
“Blogs suck! Me niego rotundamente a perpetuar la horrible actividad de los blogs... siempre he creído que es otra forma más de darle una voz a las personas que no tienen nada interesante que decir. Todos se deberían joder y entrar al difícil engranaje de los verdaderos medios de comunicación en los que se necesita un poco (sólo un poco) más que un pendejo con iniciativa... se necesita dinero, contactos, corrupción y un objetivo macabro que jamás será plenamente cumplido...”

Usaba muchos puntos suspensivos. Usaba palabras como “joder” y “pendejo con iniciativa”, como “engranaje” y “siempre he creído”. Todavía uso “joder” y “pendejo”, pero en oraciones más sencillas, como “me jodí a un pendejo” o “que se joda, es un pendejo”. Ya no uso frases como “siempre he creído” porque hay poco en lo que creo y lo que entra en esa categoría no debe ser en calidad de afirmación personal o como manual barato de principios.

Entonces cambió mi idea de blog. Pasó de algo a lo que sólo subía textos que hubiera escrito de cualquier forma a ser un espacio blanco y expectante en el que escribía cosas pensando en quién podría leerlas. Lo que pongo dice algo de mí, de cómo escribo, de lo que pienso. Así como escojo lo que me pongo de ropa todos los días, escojo lo que subo al blog, lo que le permito a los demás ver de mí.
¿Pero qué pasa cuando se simplifica el discurso mental, cuando se pierde el toque dramático en aras de la practicidad? Entonces desaparece el deseo de estetizar la vida a manera de narración. Esto responde en parte a una de mis primeras preguntas. ¿Menos introspección implica mayor comodidad emocional? No. Simplifiqué las cosas a tal grado que se hicieron evidentes mis contradicciones más básicas e irresolubles. Y lo simple es difícil de ignorar. Es más fácil complicarlo que ignorarlo, es más fácil construir sobre eso chaquetas mentales que empezar de cero.

Éste es un intento por empezar de cero (hago hincapié en la palabra "intento").